viernes, 8 de septiembre de 2017

“Hágase en mí…”

“Hágase”…
Igual que tu Hijo en Getsemaní
al Plan de Dios Padre dijiste que sí.
Amor “obediente” aunque cueste morir,
aprendió de tu vida el “hágase” en mí…
Judith María

"Como Jesús, aprendamos de María a acoger el proyecto de amor que Dios ha soñado para nosotros"… Judith María


Homilía del Papa Juan Pablo II

Las palabras de María en la Anunciación, «he aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), ponen de manifiesto una actitud característica de la religiosidad hebrea. Moisés, al comienzo de la antigua alianza, como respuesta a la llamada del Señor, se había declarado su siervo (Ex 4,10; 14,31). Al llegar la nueva alianza, también María responde a Dios con un acto de libre sumisión y de consciente abandono a su voluntad, manifestando plena disponibilidad a ser «la esclava del Señor» (Lc 1, 38). María, la «llena de gracia» (Lc 1, 28), al proclamarse «esclava del Señor», desea comprometerse a realizar personalmente de modo perfecto el servicio que Dios espera de todo su pueblo. Las palabras «he aquí la esclava del Señor» anuncian a Aquel que dirá de sí mismo: «el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,45; Mt 20,28).
Así, el Espíritu Santo realiza entre la Madre y el Hijo una armonía de disposiciones íntimas, que permitirá a María asumir plenamente su función materna con respecto a Jesús, acompañándolo en su misión de Siervo. También María, aun teniendo conciencia de la altísima dignidad que se le había concedido ante el anuncio del ángel, se declara de forma espontánea «esclava del Señor». En este compromiso de servicio, ella incluye también su propósito de servir al prójimo, como lo demuestra la relación que guardan el episodio de la Anunciación y el de la Visitación. Las palabras «hágase en mi según tu palabra» (Lc 1,38) manifiestan en María, que se declara esclava del Señor, una obediencia total a la voluntad de Dios.
El optativo «hágase», que usa San Lucas, no sólo expresa aceptación, sino también acogida convencida del proyecto divino, hecho propio con el compromiso de todos sus recursos personales. María, acogiendo plenamente la voluntad divina, anticipa y hace suya la actitud de Cristo que, según la carta a los Hebreos, al entrar en el mundo, dice: «sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo [...]. Entonces dije: ¡He aquí que vengo [...] a hacer, oh Dios, tu voluntad!» (Hb 10,5-7; Sal 40,7-9). Aunque en el momento de la Anunciación María no conoce aún el sacrificio que caracterizará la misión de Cristo, la profecía de Simeón le hará vislumbrar el trágico destino de su Hijo (Lc 2,34-35).
La Virgen se asociará a Él con íntima participación. Con su obediencia plena a la voluntad de Dios, María está dispuesta a vivir todo lo que el amor divino tiene previsto para su vida, hasta la «espada» que atravesará su alma.